Georg Trakl: Al joven Elis
Elis, cuando el mirlo llama en el bosque negro,
ése es tu ocaso.
Tus labios beben la frescura de la fuente azul
en el peñasco.
Deja, cuando sangra tu frente suavemente
antiquísimas leyendas
y la interpretación oscura del vuelo de las aves.
Pero tú marchas con pasos tenues hacia la noche,
que pende plena de racimos de púrpura,
y es más bello el movimiento de tus brazos en el azul.
Una zarza resuena
donde están tus ojos lunares.
¡Oh, cuánto hace, Elis, que estás muerto!
Tu cuerpo es un jacinto,
en el que hunde un monje los dedos de cera.
Una negra gruta es nuestro silencio,
de ella sale un dulce animal a veces,
y baja lentamente los pesados párpados.
Sobre tus sienes gotea negro rocío,
el oro último de caducas estrellas.
[Traducción: Héctor A. Piccoli]
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